4/9/12

2. Rumbo al arcoiris


Ha pasado un tiempo desde las últimas palabras que dejamos en el blog. Un tiempo como de mas de cuatro meses. Para algunos podrá ser mucho, para otros apenas unas vueltas de reloj. Se han dicho tantas cosas sobre la relatividad del tiempo que el sólo hecho de mencionarlo nos suena a palabras gastadas. Por eso decimos que hay tantos tiempos como personas en este mundo y que cada uno elije el que más le sienta bien.

Lo cierto es que con ese movimiento interno y personal que todos llevamos dentro, un día nos subimos a un tren en Buenos Aires y a la mañana siguiente, después de andar toda la noche por la panza de la provincia, llegamos a la ciudad Blanca de la Bahía. Ese sería nuestro último viaje en tren. O nos volvíamos en Kombi o no nos volvíamos. Aurora nos esperaba en el taller junto con un universo mecánico desconocido para nuestras realidades en ese momento. No hace falta ser un experto en las cuestiones de carburación para enamorarse de una Kombi, cuando te pasa, te pasa. Llega, entra a tu vida y todo empieza a cambiar. Porque las Kombis son eso, representan el espíritu de transformación y abren la puerta a la aventura. Todo eso nos pasó desde el día en que ella nos eligió para hacer real el sueño de nuestras vidas, la invitación para poner la brújula rumbo a los misterios del universo estaba sobre la mesa. Un libro en blanco, una galera llena de rutas, ríos, mares, bosques, llanuras, montañas, desiertos y valles por descubrir. Pero antes, un alto en el taller. Si vamos a viajar juntos más de 12 mil kilómetros, entonces Aurora se merece estar tan preparada como nosotros.

Antesala del taller. Aurora espera pero no pierde la sonrisa

Y justo cuando paramos el motor se abre la caja de pandora. Todas las pestes del mundo de los vehículos estaban encerradas entre las válvulas y las tapas de cilindro. La excusa fue buena, mientras poníamos en condiciones los desajustes aprovechamos para nutrirnos de la gran enciclopedia del mundo de los motores. De repente nos dimos cuenta de que a nuestras habilidades intelectuales les faltaba un poco de mugre. No nos da vergüenza decirlo, no sabíamos nada de “ciencias mecánicas”. Había que poner manos a la obra y eso hicimos. Nos arremangamos para ensuciarnos con gusto. Aprendimos lo que es un cigüeñal, un cojinete, un retén de bancada, un o-ring, un espárrago. Lavamos, pintamos, pegamos, engrasamos. Abrimos nuestras mentes al conocimiento desconocido como un primer paso, pero sobre todo adquirimos las herramientas necesarias para resolver los problemas repentinos. Sabemos que tenemos que estar preparados para ser el auxilio mecánico de Aurora, en cualquier lugar donde ella lo necesite. Y porque además de eso se trata, aprender a resolver los problemas es parte del crecimiento en este cambio de vida. Así que así fue como nos metimos hasta la médula y empezamos a quitarnos los miedos, a probar posibles soluciones y ver que pasa. Fuimos juntando marcas por tocar y poner a prueba las manos y todas las lastimaduras de principiantes (no se asusten, no fueron mas que golpes y cortes) quedaron grabadas como el mejor trofeo.

Colores ocre y herramientas varias. Disección de las cubiertas del motor.
El tiempo avanza y el corazón de Aurora va volviendo a la vida.
 
Finalmente fuimos devolviéndole a Aurora todo lo que era suyo, armamos el motor y cuando estuvo todo listo surgió la magia. Ese vacío trasero esperaba de vuelta su corazón. Pusimos un bidón de nafta, apretamos tuercas, cableamos la batería al alternador. “Poné en contacto y dale arranque” dijo Alberto, nuestro mecánico. No nos vamos a hacer los cancheros y decir que arrancó de una, pero después de algunos intentos, reajuste de partes y pruebas de contacto mediante, Aurora despertó de un largo letargo y con la fuerza de un león rugió hasta hacer temblar las paredes del taller. Estaba lista y nosotros también.

Momento previo al armado final.
Y la unión hace la fuerza.

Con toda la alegría del mundo volvimos a poner las cubiertas sobre el asfalto, para sentir la fuerza de la tierra bajo nuestros pies que nos empuja. Hicimos el viaje inverso del principio del relato y tal como habíamos planeado Aurora se vino con nosotros. Volvimos a cruzar la provincia entre campos de ríos, allí donde alguna vez supo pastar el ganado criollo ahora se abrían paso grandes canales correntosos entre patos y garzas. Así llegamos otra vez a la ciudad de las diagonales. La Plata ya es cuna de los preparativos finales y nos verá partir marcando el kilómetro cero de esta aventura sin fin.

Aguas que le ganan terreno a las tierras cercadas. Ningún alambrado podrá detenerlas.

Allá en el infinito del horizonte, la ruta forma una línea y el paisaje nos convida una vida. No dudamos y viajamos hacia adelante. Hay algunos que dicen que al final del arcoiris se guardan los tesoros más increíbles y que una comunidad de duendes y unicornios de colores revolotean alrededor, haciendo de la definición de felicidad una imagen artificial, aparente y empalagosa, como si las monedas de oro amontonaran la plenitud de la vida y el sol calentara mas por brillar sobre el metal de la codicia. Luz dorada de espejitos de colores. Muchos invertirán su tiempo en la búsqueda de ese paraíso perdido. Nosotros hace rato sabemos que nuestro tesoro está en el arcoiris mismo y por eso elegimos andar el camino y permearnos en los mil colores del universo.


Queridos lectores, viajar rápido no asegura el llegar lejos, de allí que andamos a la velocidad del paisaje. Con tanta calma como persistencia. Porque el viaje incluye sus preparativos vivimos esta etapa como un viaje, con alegría y atentos a las sorpresas que nos depara el camino.

Nos despedimos esperando que al leer esto se contagien la felicidad con la que lo escribimos, tanto así como las ganas de tomar las riendas de la propia vida y salir a andar en busca de aventuras sin importar nada más.

Hasta pronto pues!



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