10/4/12

1. A modo de prólogo



Durante algunos años viajamos a dedo. La libertad de andar por las rutas cargando solo una mochila es incomparable, y puede que no exista algo similar. La gente suele temerle al dedo (al autostop para internacionalizarlo), pero con predisposición y paciencia siempre se llega. Claro que semejante cosa trae consigo algunas complicaciones, no tanto incomodidades ya que el cuerpo se acostumbra, sino más bien desventajas. Todo varía según el viaje y lo que uno haga. Nosotros, por ejemplo, viajamos y filmamos, sacamos fotos, andamos con equipos, algunas veces pesados, y buscamos ciertas cosas que al andar a pie se vuelven muy difíciles. Recorrer muchos kilómetros en un desierto a pie, cargando mucho peso, puede volverse algo realmente difícil, sino imposible.
Es por eso que siempre soñamos con tener un hogar móvil para poder recorrer lugares desiertos (no de vegetación, sino de humanos), lugares a donde no se puede llegar a pie o a donde no hay vehículos que te alcen en la ruta. Lugares donde uno pueda quedarse mucho tiempo instalado con buenas provisiones de agua y comida, muchas baterías para los equipos, y un techo a prueba de granizo.

Y un buen día, hace ya más de un año, nos encontramos con la posibilidad de tener nuestro hogar móvil, el mismísimo que siempre soñamos, ni más ni menos que una Volkswagen Kombi (la pan lactal, la heladera, la hippie, como le suelen decir). Comenzó entonces una larga y exhaustiva búsqueda, que implico sumergirnos por completo en el mundo de la mecánica (de la cual no sabíamos absolutamente nada, nada nada eh!). Hubo también que enfrentarse a discursos varios, a frases que solo encierran temores, ideas equívocas o simplemente otros modos de ver la vida. “guarda que las kombis se prenden fuego”, “¿por qué no se compran algo más moderno?”, “mira que no viajas a más de 80 eh!”, “yo tuve una pero la cambié por una traffic, otra cosa”…y así. Muchas veces la gente no entiende nada de poesía, de romanticismo, y sí, para nosotros la kombi no es solo un vehículo. Un día leímos que la Kombi viajaba a la velocidad del paisaje, y claro! ¿Cómo no va a ser para nosotros? Si no es una forma de encarar la vida, ¿entonces qué es?

Así pasaron noches y noches de búsqueda en diarios, sitios web, foros, mails y mails a gente de todo el país, ver kombis en las calles, abordar a sus dueños que siempre nos decían “no la vendo ni loco”. Hoy nosotros responderíamos lo mismo.

Hay algo que une a las personas que tienen kombis, también llamados kombinautas. Y es como una fraternidad, como un lazo, se genera una amistad inmediata. Si te ves en la ruta te saludas, si ves una Kombi detenida en la banquina parás a ver si está todo bien. Es como el mate del mundo de los vehículos.

Y luego de mucha y mucha búsqueda, un buen día, y de manera completamente normal (uno siempre imagina que el momento será extraordinario, en fin, el resultado de idealizar) encontramos a nuestra Kombi. La vimos y supimos que era para nosotros. Dicen que cuando la encuentres te vas a dar cuenta. Ese día llevábamos alrededor de 50 mails recibidos con el asunto “kombi en venta”. Alberto, nuestro mecánico, que paradójicamente se apellida Carretero, nos había dicho “PACIENCIA”. La tuvimos Alberto. Y ahora tenemos Kombi!   

La Kombi estaba en San Rafael, Mendoza. El dueño se llamaba Delsio, un brasilero de 80 años, piloto de avión, genio y figura de la vida! La tenía estacionada en el patio, al lado de una acequia que desemboca en un pequeño viñedo con vista a las montañas. Verla ahí fue el sumun de la cuestión. Nos miramos y dijimos “listo, no nos bajamos más”.